Extrañas, Guillermo Arriaga

El verano se convierte en la época idónea para escapar de la cárcel de ideas por la que nos movemos. Las temperaturas —tórridas en el sur— nos obligan a convertirnos en nómadas lectores. Abandonamos el sofá y el gato —y sus pelos rondándonos— sobre el regazo. La calma y el sosiego dan paso al bullicio, al niño que juega, a la música que sale de un altavoz, a la conversación que se instala a pocos metros del lugar donde queremos avanzar por las páginas de un libro. Es bueno el cambio. Escapar de las lecturas habituales. A veces ampliamos nuestro horizonte lector, otras en cambio insistimos en la línea habitual. En cualquier caso, probar es necesario.

Sabía muy poco del Guillermo Arriaga escritor antes de imbuirme en las páginas de Extrañas. Mi respeto y admiración hacia él proceden de su vis cinematográfica. Amores Perros, 21 gramos y Babel se encuentran entre mis cintas favoritas del último cine mejicano y latinoamericano. A pesar de ello, introduje el pie en sus aguas con tiento. Ser un extraordinario guionista en ningún caso convierte en un buen escritor. El lenguaje cinematográfico y literario suponen idiomas diferentes.

Extrañas, no nos llevemos al engaño, se construye mediante los cimientos propios del best seller. Es una obra que pretende en su mayor parte el entretenimiento del lector. Objetivo que consigue con creces. Pese a lo referido hay que reconocer el mérito de su autor. Probablemente se trate de un libro mucho más fácil de leer que de escribir. Narra el viaje iniciático del protagonista y al mismo tiempo narrador por dejar atrás su vida como primogénito de una familia de rancio abolengo en la Inglaterra de finales del siglo XVIII para salvar vidas convirtiéndose en un médico. El viaje iniciático ocupa un lugar destacado en la literatura. Desde la propia Odisea a El señor de los anillos o Dune, pasando por Baudolino de Umberto Eco son variaciones de un tema que ha sido, es y seguirá siendo uno de los grandes conflictos del ser humano. La maestría de Arriaga lo hace aventurarse a una narración lo más aproximada posible a cómo hubiese sido en los años de los hechos. Arriaga no emplea la palabra “que”, así como cualquier otra de generación posterior a finales del siglo XVIII. No hace uso de capítulos ni puntos y aparte. En aquellos años el papel tenía la consideración de un recurso oneroso y se imponía un uso racional. Se tratan de recursos formales de difícil ejercicio que permiten al lector un más sencillo progreso de imbuirse en los años del texto.

En el ejercicio de una labor entonces tan irruptora como era la medicina, hay pasajes de Extraña que han traído a mi memoria otros de Los renglones torcidos de dios, de Torcuato Luca de Tena, así como las enfermedades extrañas que protagonizan muchos de los episodios de las tan de moda series televisivas de médicos.

Hay sin embargo un afán oculto en Extrañas más allá de las aventuras que experimentan sus personajes y las enfermedades con las que se enfrentan. Hay un exquisito trato de dignidad a los enfermos, por muy sorprendentes y duras que sean los males que los afectan, Arriaga se empeña en humanizar a sus pacientes, en abrazar con devoción el método científico para enfrentarse a ellas.

Es Extraña una lectura idónea para el periodo estival y dejar que su esencia nos impulse a ser un poco más humanos.

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