Tierras Muertas, Nuria Bendicho Giró
Hay
una relación proporcional entre el entusiasmo que me genera la lectura de
un libro y las ideas que van asomando la patita en mi cabeza. Con
Tierras Muertas ha pasado, vaya sí ha pasado. Las páginas se sucedían y,
cada vez más, se multiplicaban los conceptos por lo que experimentaba
la necesidad de escribir. Leer Tierras Muertas era encontrarme en el
centro de una discoteca. Las luces, la música, la gente. Todo apuntaba hacia mí. Y la verdad es que me sentía muy inferior, como si fuese incapaz de
aprehender cada uno de los estímulos. Quería capturar cada palabra, cada
instante, cada ruina humana. La sensación era paradójica. Al mismo
tiempo, evitaba llegar a su final. Su lectura me exigía, me agotaba,
pero en todo momento deseaba más y más.
Tierras
Muertas es la opera prima de Nuria Bendicho Giró. Presentó el
manuscrito al premio de novela en catalán. No ganó, pero consiguió la
publicación de la obra. Sajalin la ha editado en castellano.
El
primer dato que el pre-lector de Tierras Muertas se encuentra es la
influencia de William Faulkner en la autora y en la obra. No se puede
ocultar su veneración por el autor norteamericano, pero comparar Tierras
Muertas con cualquier obra de Faulkner no solo es simplista, es un
flaco favor para la propia autora. Tierras Muertas recoge la tradición
de Faulkner. Es un dato innegable. Pero también hay algo en su interior
de Juan Rulfo, de García Márquez e inclusive de Fernanda Melchor. Y
mucho más. Si abriésemos las tripas al libro y las expusiésemos a la
vista podríamos ser conscientes de la verdadera profundidad de sus
raíces. Su forma tal vez se emparente con los herederos de Faulkner,
pero temáticamente la cosa va a mayores. Los clásicos griegos se
encuentran en lo más hondo de la médula de Tierras Muertas. Un gran
mérito de la autora es saberlos introducir en lo más profundo del barro,
ensuciarlos, pintarlos de contemporaneidad para engañarnos y hacérnoslo
pasar por nuevos. Pero no. Tierras Muertas ahonda en lo de siempre, en
los temas que han impulsado la miseria de la humanidad desde que el
mundo es mundo. Bendicho quizá carezca del dominio del lenguaje y el uso
de la oralidad que se destaca habitualmente en los latinoamericanos,
pero el mero hecho de que Nuria Bendicho se posicione en el lado de la
literatura que procede del otro lado del charco supone una excelente
noticia. Como lector a veces tengo la sensación de que los autores
españoles se dejan influir en mayor medida por la literatura francesa,
italiana o británica que por la latinoamericana; eso cuando no peca
directamente de endogámica. Solo por este dato Tierras Muertas supone un
soplo de aire fresco en las letras hispanas, pero más allá de sus
méritos de otra índole, debemos hablar de él y leerlo por la maravilla
de libro que es.
Construido
a través de diferentes voces y una trigonometría temporal, Tierras
Muertas narra una historia en la Cataluña más profunda, una historia en
una masía desprovista de cualquier visión idílica. La tierra es el mal.
Por este motivo los hombres que viven de ella, que se alimentan de ella y
que la poseen son el producto de este mal. Dentro de este ambiente de
podredumbre y corrupción conoceremos diversas historias a raíz del
asesinato de Joan, uno de los hijos de la familia de la masía. La
lujuria, el incesto, la infidelidad, la avaricia, la violencia contra
las mujeres. Todos los pecados tienen su oportunidad en el interior de
esta dura obra. Una obra ardua, exigente con el lector pero que
representa un terremoto en la literatura hispánica. Tal vez los grandes
medios hoy en día no hablen de ella como se merezca, no aparezca en las
portadas de los grandes periódicos, no irrumpa en los informativos, no
se muestre en los tatuajes de los jóvenes, pero no descartemos que
transcurridos unos años se valore en su justa medida. Bienvenida a
nuestros corazones Nuria Bendicho.
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