Monstruos invisibles, Chuck Palahniuk

Monstruos invisibles no es un gran libro, del mismo modo que Palahniuk no es un gran autor. Tiene ideas. Tiene mala leche. Tiene falta de escrúpulos. Pero parece no bastarle: escribe con la permanente necesidad de sorprender al lector. Es (línchenme sus respectivos fans) una suerte de Michael Nolan de la literatura. Este camino sin embargo es como una adicción. Como el mono de la heroína. Más, más, más… El lector desarrolla una tolerancia casi inmediata a la sorpresa. Necesitan, por tanto, sus libros de cada vez más juegos de artificio, más medias verdades, más ocultación. Pronto se convierten en libros repletos de mentiras. La línea que separa la sorpresa del fraude es demasiado frágil. Y un lector engañado es un lector que se siente imbécil. Pero no es solo eso. La vorágine de ases bajo la manga, de conejos bajo la chistera se van volviendo cada vez menos creíble. Van convirtiéndose en un bosque que cubren las frases interesantes, las reflexiones que, desnudas, darían de por sí para leer el libro. Palahniuk es un poco como Rubén Darío. Más allá de la pomposidad hay un escritor, que no es magnífico (me refiero a Palahniuk), pero que es escritor. Sin embargo, cuando pensamos en Rubén Darío se nos viene inmediatamente a la cabeza el empalagamiento de la princesa.

Monstruos invisibles es una denuncia. O mejor dicho: una crítica. Palahniuk se saca al bazooka de su estilo para golpear la falsedad de nuestra sociedad. Es manifiesto que la historia que narra se adentra en el mundo de las modelos, pero, qué son ellas, al fin y al cabo, si no el producto y a la vez espejo de la sociedad. Todos querríamos ser tan guapos, tan esbeltos y admirados como las modelos de pasarela. Y por este motivo, nos sacrificamos. La única diferencia estriba en los límites del sacrificio. Nosotros dejamos de comer durante los meses previos al verano para caber en el ideal de un traje de baño. Las modelos dejan de comer para caber un ideario. Nosotros nos incrementamos las tallas del pecho o nos implantamos pelo o nos retocamos la nariz. Quienes han formado parte de la belleza más absoluta carecen de límites a la hora de tratar de recuperar lo que jamás tendrán: su juventud.
 

Este sería el resumen intrínseco de Monstruos invisibles. Aunque realmente no viene a decir una palabra que vaya en esta dirección. Prefiere exagerar los roles y los resultados del quirófano.

Pese a que cada vez más, Palahniuk se aproxima al “más difícil todavía”, seguiremos leyéndolo. Una lectura muy apropiada para el verano.

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