Desierto sonoro, Valeria Luiselli



No resulta sencillo encontrar un libro con tantos (y fervientes) defensores como detractores. Pese a esta postura dominante, yo me encuentro en una incómoda situación neutral. Desierto Sonoro no me resultó la maravilla que como muchos lectores defienden. Y esto a pesar de que en sus primeros compases parecía prometérmelo. Como tampoco creo que merezca la agria lectura que otros defienden. Mi opinión es que Desierto Sonoro contiene tantos aciertos como desaciertos. Según se valoren unos u otros se adquiere la condición de socio de un equipo de fútbol.

El planteamiento es brillante. Sus primeros pasajes, reflexivos, profundos y poéticos conquistan al lector. El último viaje de una familia que se resquebraja. Padre e hijo. Madre e hija. Los preparativos. La fatalidad. Los kilómetros habrán de conducirlos ante los últimos reductos de los Apaches… aun sabiendo que nada queda de ellos.

Difícil ser más hermoso.

Otra cosa es el desarrollo del viaje. La voz de la madre, majestuosamente escrita, da paso a veces a la del hijo. Se pierde credibilidad, veracidad. Los niños no hablan, pero sobre todo no piensan de esa manera. La road movie literaria se emborrona. Valeria Luiselli demuestra tener alma de poeta y de filósofa. No sucede lo mismo con el pulso de la narrativa. Las situaciones se llenan de lugares comunes. Y lo peor es que con su progreso no hace más que intensificarse esa situación. La vertiente más social, más realista de la obra es digna de aplaudir pero no engancha. La subtrama de los niños extraviados en el desierto es la verruga en la nariz de la bruja. Su reflejo con la historia principal, el peor momento.

Mi valoración de la obra, por tanto, y pese a la explotación de que la que es una de mis canciones más queridas, Space Oddity de David Bowie, se llena de claroscuros, de promesas incumplidas, de lástima por todo lo que prometía en su inicio.

 

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