Infelices, Javier Peña

Infelices es la opera prima de Javier Peña. Una novela que tiene detrás el sello de Blackie Books. La sensación que embarga el lector tras su lectura es la rendición ante el dominio que tiene el autor de la narrativa. Es un goce pasear por páginas,

tan bien construidas. Javier Peña es lo más parecido a un arquitecto de la literatura. No escribe novelas, traza planos con palabras, viviendas literarias con los mejores acabados, piscina y parking privado. Este dominio de la técnica le permite asumir riesgos con los que la mayoría de los escritores que copan las listas de los más vendidos jamás soñaron. Algo que un lector agradece, hastiado del encefalograma plano que predomina en las novedades literarias que se pueden encontrar en las librerías. Rascacielos de acero y cristal con palabras. Javier destroza líneas temporales, voces. Es como la famosa tortilla deconstruida de Ferrán Adrià, solo que con personajes, con infelicidades y despojos humanos.

Si fuese una casa, Infelices sería una de esas construcciones modernas en la que solo pueden vivir los ricos y que a veces se emplean como museos o instituciones sufragadas con dinero público. Una construcción que rompe los márgenes de lo habitual y que, como es respetable, a todo el mundo no puede gustar. Dicen que sucede lo mismo con la tortilla de Adrià.

Personalmente ha sido una grata experiencia. Solo destacaría en el sentido negativo la omnipresencia del sexo como motor único de los personajes. La deconstrucción de la novela llevada a cabo por Javier Peña supone su desatomización en una serie de capítulos breves que pueden ser leídos de forma autónoma, a veces incluso como poesía narrativa. Que casi todos los impulsos de los personajes se realicen por una pulsión sexual simplifica un tanto al ser humano. Sus personajes tienen aristas, su motor en ocasiones no.

En cualquier caso, una novela más que interesante para un autor novel, que tiene fundamentos literarios para convertirse en uno de los grandes.

 

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