Years and years, la probablemente serie del año

Existen dos formas de conocer el futuro. La primera de ellas es mediante la ficción, a través de sus distintas materializaciones. Generalmente los libros van un paso delante a la hora de adelantarse al futuro a los medios audiovisuales. La otra forma estaría directamente vinculada al poder adivinatorio de lo paranormal. Huelga decir que confío más en las predicciones de la ficción. Ésta nos ha enseñado el futuro de dos manera radicalmente distintas: la distopía y el futuro en el que los avances tecnológicos nos permiten un futuro más cómodo. Sin embargo, existe una línea temporal en el que ambos discursos tienen cabida. Lo anticipaba esa maravilla de la animación que es Wall-e. Un futuro que se convierte en distópico no por una catástrofe nuclear o una guerra a lo Philip K. Dick. Existe un futuro que se corrompe por lo endeble, un futuro en el que tenemos aparatos que nos evitan la mayoría de las tediosas tareas domésticas, pero también cacharros que a priori no tienen ninguna utilidad, pero en el que ambos suponen una merma social tan profunda que los efectos de la narración distópica parecen estar a la vuelta de la esquina, como los malos de los cuentos infantiles. 

Esto es lo que nos enseña la brillante years and years de Russell T. Davies. Una serie que en cierto modo bebe de las altas cotas en inteligencia de Black Mirror, pero que a su vez la supera por ahondar en el conflicto tecnología-humanidad, incluyendo un aspecto que no es que no fuese tenido en cuenta, como es lo social, sólo que cuya importancia se diluía o solapaba con otros terrores. Years and years supera la crisis de “the national anthem” de Black Mirror (sí, el capítulo del cerdo y el Primer Ministro) pero entronca claramente con su discurso del miedo. 

La serie se anticipa unos años al futuro. Es por lo tanto lo que Benedetti decía que era el porvenir porque estaba por venir. Son los años inmediatamente venideros. El hombre no vive en colonias en Marte, ni se desplaza por vehículos sobre el aire. El futuro tiene adelantos sociales, por eso no puede considerarse distópico en plena esencia. Parece haberse superado la concepción tradicional de familia, los colectivos LGTBI han adquirido mayor igualdad, el tratamiento con células madre permite tratamientos más avanzados que los actuales. Sin embargo, y como no puede ser de otro modo, la nueva sociedad, consecuencia de su mayor nivel tecnológico, genera nuevos problemas que son paralelos a los de hoy en día. Pero el principal escollo que nos muestra la serie es lo que ya hoy se barrunta: el retroceso de derechos civiles, la tecnología al servicio del poderoso.

 
La narración, en un acertado intento de inclusión, se centra en una familia multirracial, de diversas tendencias sexuales e incluso con afectaciones físicas, cada elemento con un estatus socioeconómico distinto. Sus problemas serán innegablemente los nuestros; su lucha, la nuestra.

Con toda sinceridad, espero que no haya una segunda temporada aprovechando los réditos de esta maravilla. Si acaso, en un contexto parecido, pero otros actores. Ojalá no estropeen, como con Black Mirror, una obra de arte.

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