La uruguaya o el amor por el lenguaje coloquial

La historia en sí no es nada del otro jueves. El sempiterno relato en el que chico conoce chica y como consecuencia de lo anterior: chico se quiere pasar por la piedra a la chica. Vale que el aderezo de esta base puede capturar poco la atención del lector. Hay, no obstante, un poco de perejil más. El chico es un cuarentón, escritor. Un tipo que enfila su declive físico. Su vida en lo personal y económica hace aguas en cada rincón. En otro lado del ring: la chica, una veinteañera. Su vida está empezando. Aún no ha tenido tiempo de que empiece a tambalearse. 

Todo lo contado hasta aquí no es más que la excusa, el cebo para el deleite. Francamente, cualquier cosa que Pedro Mairal hubiese escrito tras el título, da igual que hubiese copiado nombre por nombre el listín telefónico, habría resultado interesante. La Uruguaya es la historia mil veces contada pero pocas veces con tanto acierto. 

El lenguaje en apariencia tan coloquial, los personajes, el erotismo, la ironía. Cada elemento de la obra es un ladrillo colocado con tanto detalle que construyen una novela como un muro de las lamentaciones, una obra preparada para enfrentarse al tiempo, para ver morir y probablemente matar. Pese a ello, de todos sus elementos, el que con mayor perfección ha confeccionado ese orfebre que es Pedro Mairal, es invisible. La uruguaya es una novela que no alcanza las 150 páginas, pero que contiene en su interior, de forma tácita, varias novelas, algún manual de supervivencia y muchas clases de cómo se debe escribir.

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