LEER ES VIVIR, JORGE MORCILLO
Los lectores mutamos en dos tipos de individuos. Por un lado, los que tratamos de rendir homenaje a nuestros ídolos tratando de convertirnos en ellos mismos: los que escribimos. No dudo de su existencia e incluso de su capacidad, pero como ávido lector no encuentro mayor rasgo de desconfianza en un escritor que su carencia de pasión en la lectura. Yo pertenezco al tiempo en el que los niños soñaban con ser astronautas. Una canción como Space Oditty de David Bowie podía convertirse en el reflejo de todos nuestros sueños.
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El otro tipo de lector es el que idolatra los propios libros. Ambas posibilidades confluyen en Jorge Morcillo. Un autor que protege con celo su imagen como un Salinger o un Thomas Pynchon, pero que no tiene reparos en deconstruir su vida a través de sus lecturas.
Tanto la cita de Vallejo, como la mitología popular, esbozan al lector como la personificación del cosmos. Pensamos en libros e imaginamos una biblioteca ordenada. Un individuo que se sienta a leer como si los problemas del mundo quedaran al margen.
Discrepo. Leer en sí mismo es un acto de rebeldía, un acto de salvajismo. Leer se asemeja más a cazar apenas con nuestras manos y un arma punzante que a contemplar los destellos en los que nos sumerge el televisor.
Jorge Morcillo en Leer es vivir viene a darme un poco la razón.
No tengo el placer de conocer a Jorge personalmente. Más allá de la habituales conversaciones que mantenemos acerca de lecturas en RRSS es un desconocido. En cierto modo, este libro viene a construir un puente. Jorge se expone con todo. Habla de sus lecturas y relecturas, del contexto vital en que se producen sin ambages, sin escudos. De ahí lo acertado de su título.
Podemos estar de acuerdo o no con sus impresiones, de lo que no tendremos dudas es de la honestidad con la que se expone. Jorge Morcillo es un lector salvaje y da buena cuenta de ello.
Reparte elogios y críticas sin que en ningún momento su pulso tiemble.
Iniciábamos el texto con una cita de Irene Vallejo. En su extraordinario El infinito en un junco asistimos a la evolución de los medios de escritura a través del tiempo. Lo que podría resultar un sesudo (y tedioso) análisis histórico y sociológico deviene en un canto de amor a los libros. Más allá del conocimiento —indudable—, el gran acierto de Vallejo es su preparación. El infinito es un plato que antes de su degustación nos deleita con su aspecto. Recurre a elementos pop para explicar el pasado. No es sencillo construir un párrafo en el que se mencione al biblioteca de Alejandría, Alejandro Magno y Iron Maiden y salir indemne del intento.
El amor a los libros como vínculo paterno filial. Imaginaos un autor que tiene una relación rota con su padre. Imaginaos que a este autor le informan que su padre se debate entre la vida y la muerte.
La colección de historias compartidas a través de los libros leídos será el punto de recuperación de la unión entre ambos. Este es el punto de partida de Tinta invisible de Javier Peña, pero también de su inmejorable podcast. Los libros como un vehículo que nos permite superar la línea más allá de la muerte.
No solo el ensayo, la narrativa ha recogido a lo largo de su historia el amor por la lectura. 84, Charing Cross es un canto de amor a los libros entre lectores en el contexto inmediato a la segunda guerra mundial. Los amantes del género epistolar encontrarán un desarrollo de la situación económica y social que devino al conflicto en Europa. Cartillas de racionamiento, carestía de la vida en un cruce real de cartas a través del tiempo.
A veces para comprender el poder de un libro se requiere un contexto alejado de nuestra realidad.
En Farenheit 451 Ray Bradbury plantea una distopía en la que la función principal de los bomberos es quemar libros debido a su poder memorístico y revolucionario. Una vez más se hace eco de la lectura como un acto transgresor, alejado del orden extendido. La resistencia en la distopía la forman todos aquellos locos que defienden los libros de la quema.
También en el contexto de la ciencia ficción, encontramos Sinsonte de Walter Tevis. Como sucede en Wall-e o en Robot salvaje, se produce un cambio de paradigma. El robot manifiesta atributos que a priori corresponden al ser humano. Lo hace ante la alarmante pérdida en quien verdaderamente correspondería. Es por lo tanto Sinsonte una obra distópica. Nos pone en alerta sobre el peligro que conllevaría la tecnología sin control. Sirve como innegable elogio de la lectura. Un acto por propia definición de ejercicio en soledad, se interpreta como el gran conector del lector del pasado y de todos aquellos individuos con los que se comparten las historias.
En el contexto de la fantasía de corte urbana encontramos La sombra del viento de Carlos Ruiz-
Zafón. El libro como el generador del misterio per se. El pequeño Daniel Sempere será llevado por su padre al Cementerio de los libros olvidados. Este hecho cambiará su vida para siempre.
Para terminar creo de justicia hacer mención a Niña loba editorial. No en vano, es mencionada por el propio Morcillo en el texto que nos ocupa. En estos tiempos que corren publicar libros no deja de ser un acto de locura. Sin embargo, publicar una obra de esta índole, en la que un lector, que no juega al fútbol, no aparece en el último reality show ni tampoco vende millones de discos (existe El club de lectura de David Bowie, publicado por Blackie Books) hace un repaso vital a sus lecturas no deja ser un acto de demencia extraordinaria que desde este espacio admiramos.
Otros libros y otras historias nos esperan la semana que viene.
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