Trilogía de los milagros, Santiago Ambao

Hace unos años leí 36 y metros. El resultado no puedo decir que no fuese satisfactorio. Contaba con ideas muy interesantes. Ambao escribe bien. Sin embargo, no dejó huella en mí: ese veneno que nos inoculan algunos libros de adentrarnos en los parajes del resto de sus obras. Me gustó y pasó de largo. Un libro más.

La sensación es radicalmente diferente en la Trilogía de los milagros. Se trata de una obra que desde los primeros pasajes genera en el lector el ánimo no solo de terminar la obra y encontrar algún gemelo perdido en su bibliografía, sino en escarbar en el propio autor; conocer quién es capaz de alcanzar semejante grado de inteligencia y mala leche.

Y es que estos dos aspectos son los que dominan y predominan en las tres historias que componen la trilogía. Una fina inteligencia puesta al servicio de una mente perversa que nos hará reír y maldecir al mismo tiempo cómo ha podido escribir ese libro que todos quisiéramos firmar. A lo largo de sus páginas me he sentido como en la silla del cine cuando soltaba carcajadas con Relatos Salvajes, la desternillante cinta de Damián Szifrón.

La primera de las historias de las que está compuesta la trilogía es una pequeña joya de muchos quilates. La invención de dios parte de un cambio del paradigma. Un sacerdote cree haber encontrado la explicación científica a la no existencia de dios, justo cuando trataba de demostrar precisamente lo contrario. Su deseo de desmontar la extensión de la creencia choca de forma frontal con las pretensiones del alcalde del municipio, ateo, pero responsable de la construcción de una catedral. A lo largo de las páginas asistiremos a un debate que cuenta con todos los elementos que una buena historia requiere en una trama que desarrolla su narración a golpe de correo electrónico y recortes de periódico. De lo mejor que he leído este año.

La última joda de Rinaldi cambia de registro. Regresa al canon narrativo de la tercera persona. La historia, sin embargo, cuenta con los elementos principales de la anterior. Repite la inteligencia, la mordacidad, el humor negro. Un tren varado en el desierto. Un contexto distópico. De nuevo se ponen en contraposición posturas de difícil encaje: por un lado, el racionalismo contra el oscurantismo. De nuevo, las contradicciones predominan en la actitud vital de los personajes dotándolos de una humanidad y verosimilitud pasmosas.

El último de los textos tiene como título Un milagro al revés. Quizá, aunque todos tengan elementos de la narrativa kafkiana, es donde más destacan. A fin de resolver un conflicto burocrático, un pueblo debe simular la falta de cordura generalizada. Este hecho se les va de las manos a los promotores locales propiciando de nuevo la confrontación y conflicto de elementos antagónicos como son la cordura y la falta de ésta.

Cuando uno lee la Trilogía de los milagros no puede más que reconocer el talento de un autor en un momento extraordinario de gracia.

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