Trilogía de los milagros, Santiago Ambao
La sensación es radicalmente diferente en la Trilogía de los milagros. Se trata de una obra que desde los primeros pasajes genera en el lector el ánimo no solo de terminar la obra y encontrar algún gemelo perdido en su bibliografía, sino en escarbar en el propio autor; conocer quién es capaz de alcanzar semejante grado de inteligencia y mala leche.
Y es que estos dos aspectos son los que dominan y predominan en las tres historias que componen la trilogía. Una fina inteligencia puesta al servicio de una mente perversa que nos hará reír y maldecir al mismo tiempo cómo ha podido escribir ese libro que todos quisiéramos firmar. A lo largo de sus páginas me he sentido como en la silla del cine cuando soltaba carcajadas con Relatos Salvajes, la desternillante cinta de Damián Szifrón.
La última joda de Rinaldi cambia de registro. Regresa al canon narrativo de la tercera persona. La historia, sin embargo, cuenta con los elementos principales de la anterior. Repite la inteligencia, la mordacidad, el humor negro. Un tren varado en el desierto. Un contexto distópico. De nuevo se ponen en contraposición posturas de difícil encaje: por un lado, el racionalismo contra el oscurantismo. De nuevo, las contradicciones predominan en la actitud vital de los personajes dotándolos de una humanidad y verosimilitud pasmosas.
El último de los textos tiene como título Un milagro al revés. Quizá, aunque todos tengan elementos de la narrativa kafkiana, es donde más destacan. A fin de resolver un conflicto burocrático, un pueblo debe simular la falta de cordura generalizada. Este hecho se les va de las manos a los promotores locales propiciando de nuevo la confrontación y conflicto de elementos antagónicos como son la cordura y la falta de ésta.
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