El hombre Duplicado, Jose Saramago
20 años después de ese amor por Saramago he vuelto a su obra. El hombre duplicado me ha resultado una historia con una serie de pasajes muy potentes, sobre todo en lo que se refiere a planteamiento inicial y su conclusión. Entre ambos momentos, y que me perdonen todos los saramaguers, El hombre duplicado me ha resultado una suerte de cereal de paquete y caja con colores y un animal humanizado como enganche, un producto multiprocesado, un cereal inflado con una cantidad considerable de azúcar refinada.
Los conflictos morales y, sobre todo, de índole identitarios, que suponen la existencia de un gemelo idéntico que se pasea por la misma ciudad que el personaje principal, quedan en demasiadas ocasiones en un segundo plano a causa de las constantes intromisiones en una historia engordada a base de pienso narrativo.
Más allá de la sobrenarración, acerca de una historia que en 150 páginas habría quedado en un estado de muy buen ver, mi problema en este reencuentro con el autor tiene relación con la (para mí) insoportable presencia del narrador omnisciente, que es Jose Saramago. No se trataba de un narrador omnisciente al uso. Su propia personalidad se colaba, empañaba la historia. No supone solo la ruptura de la cuarta pared, recurso habitual en el cómic. Pienso por ejemplo en las historias de Deadpool. También, el cine ha hecho uso de este recurso, aunque quizá de una manera más sutil. Pienso en la escena del guiño de ojo en Funny games de Haneke.
No, la intromisión del narrador en la narración de El hombre duplicado es mucho más grave, más profundo, con mucho más peso. Supone que la acción narrativa se congele, que la voz del narrador desplace y se superponga sobre la narración. Y lo siento mucho, pero ha sido tan reiterado que me ha generado un importante conflicto con el libro.
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