La más recóndita memoria de los hombres, Mohamed Mbougar Sarr

Desde su publicación en España había leído mucho y bien acerca de La más recóndita memoria de los hombres. De su inevitable influencia de Roberto Bolaño. Este motivo se convirtió en freno. En mi concepción literaria nadie puede salir indemne de la comparación con otro autor, menos si cabe, con Bolaño.

La más recóndita memoria de los hombres, como Los Detectives Salvajes, es una obra de búsqueda. Un autor emprende la búsqueda de sí mismo a través de la figura desaparecida y denostada de T.C. Elimane, un escritor senegalés de principios de la Francia del siglo XX, conocido como el Rimbaud negro, cuyo rastro desapareció en el tiempo tras la publicación, éxito y fracaso de su obra, El Laberinto de lo Inhumano.

Siguiendo la estela de Los Detectives, Sarr nos lleva de la mano de una obra repleta de metahistorias, de historias que surgen de otras, de saltos temporales y de ubicación, de la Francia de entreguerras a la ocupada, de la África colonizada a la actual, de la pasión por la literatura, del racismo, de ese concepto que magistralmente define Mario Benedetti en Andamios: los que se fueron de un lugar jamás serán del lugar que partieron, del mismo modo que nunca pertenecerán al destino al que llegaron; estarán condenados a vivir en una suerte de apatria, en el limbo que acoge las almas de los que no pertenecen a ningún lugar.

Es innegable las influencias de la literatura de Bolaño en esta primera obra de Sarr, publicada en España tras proclamarse vencedor del premio Goncourt. No solo en su estructura y en su afán metanarrativo, del mismo modo que en Los Detectives Salvajes existía un mensaje panamericano, a veces vedado, a veces contradictorio; en La más recóndita memoria de los hombres se opta por un mensaje africanista.

Y quizá en este aspecto, y en la propia violación de las normas establecidas por el texto, se encuentre la frontera entre un libro extraordinario, como es La más recóndita memoria de los hombres y una obra maestra, como Los Detectives Salvajes.

Si bien Roberto Bolaño supo aportar una dosis de Panamericanismo en su obra sin llegar a caer en lo panfletario o si acaso, solo rozarlo, el último tercio de La más recóndita memoria de los hombres decae de forma notable. Pierde su poesía. Pasa de erigirse como bandera de la literatura a caer en un mensaje africanista de un innegable carácter político.

En este último tercio, Sarr defrauda la propia letra de su texto. A lo largo de La más recóndita memoria de los hombres se afirma y se defiende una literatura críptica, oscura, pura, ajena a conceptos matemáticos y de laboratorios como puede ser el resultado o la explicación. A pesar de estas premisas, en su último tercio se traiciona a sí misma, ofreciendo al lector una explicación, una voluntad de cuadrar lo incuadrable. Y esta determinación, ejerce como vía de agua, como válvula por la que escapa la esencia de lo que parecía ser una obra maestra.

Pese a lo referido, y el regustillo amargo con el que se concluye, La más recóndita memoria de los hombres es uno de los grandes libros del año. Queda no obstante la sensación de que podría haber optado a cimas más altas. Su destino no parece el de perseverar en el tiempo en ese Olimpo donde hoy moran obra como Los Detectives Salvajes, Cien años de Soledad o Lolita.

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