Carcoma, Layla Martínez

La primera alegría de Carcoma la brinda la portada. Edición 51. Conozco a los lectores. Yo soy uno de ellos. Somos caprichosos, influenciables más de lo que creemos y, por muchos libros que leamos, nada nos salva de caer en la estupidez. Una edición 51 en un libro independiente resultan ser como unos grados de fiebre, una tos en plena pandemia, una llamada de emergencia. Algo debe pasar. Los cánones de la lectura de libros no de masas establecen de una editorial independiente debe venderse poco. Duele, pero somos así de petulantes.

Huimos de los fenómenos. Y como sucedió con Panza de Burro de Andrea Abreu, Carcoma de Layla Martínez se ha convertido en uno de ellos. Los lectores deberíamos dar palmas. Reconocer el mérito de Martínez por enfrentarse en modo dios a la difícil tarea de la escritura. Debería ser causa suficiente para que se nos acabaran los elogios. Ser fenómeno es también justicia. Lectores de las editoriales pertenecientes a los grandes imperios mediáticos se aproximarán a un mundo más pequeño, más sencillo, pero un mundo más real.

A veces divago. Se me olvida que vengo a hablar de un libro. Carcoma traza más puentes con García Márquez o con Fernanda Melchor que con los autores convencionales de terror. Una historia familiar que se pierde en los albores del tiempo, Carcoma es un libro político. Su principal tema es la lucha de clases e incluso, en menor medida de sexos, y el odio como elemento vehicular de esta lucha. Que sí, que aparecen fantasmas, espíritus y hasta una casa encantada, que no es más que un reflejo algo simple del ánimo de los personajes principales y moradores en ella. El terror sin embargo no es más que un atrezzo, un cebo, un embellecimiento, como los alerones de un coche, que no vuela por muy aerodinámicos que éstos puedan ser. Terror que no es ni siquiera terror. Es realismo mágico. Un realismo mágico muy descentralizado. Una historia de explotadores y explotados a lo largo del tiempo pasada por el filtro del lenguaje de los pueblos. Tiene lugar en la provincia de Cuenca, pero podría suceder del mismo modo en Andalucía, Extremadura o Galicia. 

El tema de la casa encantada como una excusa para una historia más importante me trae a la memoria Los elementales de Michael McDowell. En este clásico del gótico sureño norteamericano el foco del autor centra su foco en las relaciones familiares de una estirpe de potentados sureños, más que en las desigualdades sociales de los habitantes de un pueblo, y quizá el terror cobra una dimensión mayor, pero ambas se sirven del género para contar algo más profunda que una mera sesión de espíritus con vocación homicida. A Carcoma le pasa un poco como a Frankestein de Mary Shelley. La etiqueta de género es solo publicidad.

El empleo del realismo mágico no es habitual en la literatura española. Con excepción de un pequeño foco en Galicia a través de Torrente Ballester y Álvaro Cunqueiro, pocos  ejemplos se han dado. Quizá éste sea uno de los grandes méritos de Layla Martinez. Al menos de los más evidentes. Personalmente yo me quedo con el ritmo capaz de imprimir a sus páginas. Es muy difícil escribir de una manera tan sencilla, con tanta fuerza.

 

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