Todo lo que necesitamos del infierno, Harry Crews

En el caso de que Harry Crews fuese un barco sería un portaviones. Una nave algo oxidada, un poco envejecida, con achaques, pero con su dignidad y majestuosidad intactas. No en vano, Crews forma parte de ese grupo de autores que los lectores más apreciamos de los que forman el catálogo de Dirty Works, una editorial empeñada en que literariamente masquemos tabaco, nos toquemos nuestras partes y nuestro sudor destile un leve toque a Bourbon.

Crews representa con maestría eso que algunos llaman gótico sureño y otros, libros cojonudos: historias donde se acentúan las desigualdades sociales, donde campan la dureza, la violencia y el humor negro y donde sus personajes son tan grotescos y tan marginales que no podemos si no amarlos.

Desnudo en Garden Hills, Festín de serpientes o Coche constan entre sus obras más importantes. Como si fuese un catecismo cumplen con el canon de lo que sería gótico sureño. Todo lo que necesitamos del infierno, también. Francamente, no está a la altura de las otras. Con esto no quiero afirmar que sea una mala obra. Ni mucho menos. Solo que está un escalón debajo. Sucede que una obra inferior de un gran autor es mucho más de lo que uno mediocre puede lograr.

Todo lo que necesitamos del infierno está protagonizado por Duffy Deeter, deportista extremo, seguidor zen y amante del dolor. A través de lo que parece una sitcom desfilarán una serie de personajes histriónicos. Su mujer y su hijo y un matrimonio abocado al desastre, la amante de Duffy, un abogado, un jugador de fútbol americano, su madre…, alcohol, infidelidades y cocaína, mucha cocaína, cocaína a espuertas.

A diferencia de otras obras del propio Crews los hechos suceden porque están previstos en un guion. Carecen de naturalidad. Una sensación de que exceso de vueltas se apodera del lector, que puede reír o empatizar, pero como lo haría ante un sketch de televisión de los años 70.

Una lectura apropiada para iniciados en Crews.

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