La cadena fácil, Evan Dara

Empezamos por la cúspide. La cadena fácil, de Evan Dara, guarda similitudes con la obra de un autor de la envergadura de Thomas Pynchon. Hay lugares comunes formales pero también respecto al comportamiento del autor. En un mundo en el que vivimos hoy, en el que no eres nadie si no apareces en TV, en las redes sociales o en streaming, existe raras avis que rompen la normalidad vigente. Ambos autores, como en su momento J.D. Salinger, pertenecen a esa estirpe de escritores que prefieren vivir lejos del ruido mediático, que no conceden entrevistas, ni presentan sus libros. Nos queda de ellos tan solo su obra. Y es por ello por lo que tenemos que juzgarlos.

La cadena fácil está compuesta por dos partes claramente diferenciadas, no solo desde el punto de vista estructural. Podría decirse que aun cuando formen parte de una misma línea argumental, cada parte es un solo libro en sí. Como nos adentramos en las cenagosas aguas de la literatura postmoderna, cada parte tiene sus propias alteraciones, cambios de punto de vista y narraciones. En la primera parte asistimos a la presentación de Lincoln Selwyn. Un joven holandés de padres norteamericanos. A través de las voces de terceros, como si estuviésemos en una fiesta o en una reunión multitudinaria y todos hablasen a la vez, de esa manera conocemos al personaje y sus primeros años de juventud, desde que abandona Países Bajos y triunfa en EE.UU. Como no podía ser de otro modo, la historia de Selwyn se ve salpicada por otras historias, por derivaciones de la línea narrativa principal. Es cierto que en algún momento puede llegar a ser confuso, pero esto es un mensaje para lectores avezados: se disfruta más que se sufre.

Para la segunda parte asistimos a un profundo terremoto dentro de la obra. Si bien, como cabía esperar la estructura no se mantiene indemne a lo largo de toda la parte, se presentan diversas líneas principales. Todas relacionadas en alguna medida con el personaje principal, aunque con una indudable autonomía.

Preferimos no ahondar en la trama, que sea el lector el que descubra las trampas, los juegos y los giros que Evan Dara, si es que existe, ha preparado para un disfrute de la obra. Un libro que quizá llega años después del auge de la visión postmodernista de la literatura, pero que no por ello desmerece en absoluto.

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