Conocí a Steven Millhauser a través de Risas peligrosas, una colección de relatos muy interesante en el que se vislumbraba a un autor con una capacidad fascinante para generar microuniversos. Sus historias entroncaban con esa corriente literaria que llega hasta Borges, con la facultad de mezclar elementos de literatura fantástica con los cimientos de obras literarias alejadas de los clichés habituales de lo que se considera fantasía.

Tiempo después leí Pequeños reinos, compuesto por 3 novelas breves, que por mucho que incidiera en los logros de Risas peligrosas, según mi opinión, quedaba un poco atrás. Cuando descubrí que una editorial del prestigio de Libros del asteroide publicaba la novela de Martin Dresler, galardonada con el premio Pullitzer, no me lo pensé y me lancé de cabeza por ella.

Pues sí, como sucediera con Pequeños reinos, Martin Dresler trata de sacar rédito a los mismos factores, es decir, a la capacidad de su autor de generar y explorar microuniversos, en este caso en el Nueva York de finales del siglo XIX, que es el momento en que a grandes rasgos se configura lo que en el futuro será la ciudad más importante del mundo. Y lo hace bien. En este caso, convertido en constructor y empresario, Millhauser concibe un origen mítico para aquellos días que se perdieron en el tiempo. Sin embargo, lo que en el relato puede funcionar y bien, no tiene por qué conseguir un resultado semejante en la novela. Los personajes son planos, odiosos y predecibles. Una vez transcurren las primeras 10 o 15 páginas al lector no le supone ningún esfuerzo intuir las derivaciones de la obra, como si Millhauser dejara demasiadas pistas de lo que viene a continuación. Es por ello que me ha parecido una obra plana, insulsa y por momentos aburrida, muy a pesar de la ingeniería imaginativa que derrocha su autor, pero que hubiese funcionado muy bien en una obra que no alcanzara las 50 páginas pero que no me parece suficiente para potenciar toda una novela.

 

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