EL KOALA ASESINO, KENNETH COOK



"Aprendida la lección, ahora tengo intención de transmitir a mis nietos el único fragmento de sabiduría que he adquirido: nunca bebas ron por la mañana en un pub de Airlie con un hombre llamado Bill”.

En estas frases se condensa de forma certera lo que es El koala asesino: historias descreídas protagonizadas por el propio Kenneth Cook en la que los pubs, parajes de la Australia más salvaje (y animales fuera de control) ponen al personaje principal en situaciones tan extremas como absurdas.

Si la combinación de estos elementos o cualquiera de ellos no resulta atrayente al lector, es recomendable no iniciar su lectura. Si, por el contrario, hay atracción, el volumen de relatos promete un disfrute alto.

No resulta fácil hablar de libros de relatos. No siempre contienen una uniformidad temática y estilística que nos permite desarrollar de forma unitaria. La visión de los animales que surcan las páginas de El koala asesino corresponde a un trozo de la naturaleza más salvaje. No solo los tiburones, los cocodrilos o las serpientes venenosas. El camello, el gato o incluso el propio koala representan un peligro para el ser humano. Más allá de la visión tragicómica que se desarrolla en sus páginas, el mensaje de Cook no admite dudas: los animales representan el peligro. Máxime, en un paraje como Australia donde que tiene en su seno algunos de los animales más mortíferos del planeta. Él, por el contrario, con sus kilos, sus años y su estado de forma, es quien lo sufre.

Estudios demuestran que la domesticación de animales y plantas es consecuencia de los cambios climáticos y ambiéntales de hace unos 21000 años. El primer animal domesticado fue el perro. Este proceso no solo significó un cambio evolutivo en el objeto domesticado. Jared Diamond en su ensayo Armas, gérmenes y acero defiende la causa del dominio occidental sobre el resto del planeta como una consecuencia directa de su adaptación a los animales que domesticaron y a los patógenos que los acompañaban.

A lo largo de la historia de la literatura hemos dotado de caracteres humanos a los animales. Los hemos usado no solo como recursos de alimento y abrigo, a través de ellos explicamos las incongruencias propias de los sistemas políticos. George Orwell en su Rebelión en la granja los utiliza para desmontar el sueño de la dictadura del proletariado. El animal no solo entronca con nuestra parte más salvaje. En ocasiones pueden erigirse como la meta inalcanzable, tal como le sucede al Capitán Ahab con la ballena blanca en Moby Dick. 

Fernando Mansilla se sirve animales para su muy interesante Relatos faunescos. Un fresco social y muy personal, como era costumbre en Mansilla, sobre la vida en el margen de la sociedad. Solo por disfrutar de El tigre de Malasia, que recoge la esencia de lo que posteriormente fue Canijo, merece con creces su lectura.

La vida en la América profunda poca relación tiene de cómo se respira en las grandes urbes norteamericanas. Una vida más vinculada a la tierra, a los animales, más desconectada de artilugios. Los últimos días de los hombres perro de Brad Watson, con el carácter habitual duro de Dirty Works hace un repaso social a través de historias independientes al vínculo entre hombres y perros.

Existe una joya desconocida para gran parte de los lectores. El cielo de los animales de David James Poissant. Los animales no tienen el peso con el que cuentan en otras historias. Pero su importancia está en el titulo del relato que nombre al volumen. Es la ocasión de poner en valor una obra que merece mucho más reconocimiento.

Como hemos visto, los animales en la literatura pueden comportarse con caracteres de los seres humanos. ¿Qué sucede cuando fuera de las páginas? Lo que el pulpo me enseñó es un documental que expone el vínculo entre un ser humano y un animal a priori difícil de humanizar. Preparen los pañuelos si se atreven.

Nos vemos la semana que viene con más historias y libros.


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