Stark, Edward Bunker

Desde que leí No hay bestia tan feroz, Edward Bunker parece haberse incorporado a ese club reservado a autores a los que recurro una vez al año. No son muchos. Emmanuel Carrere, Míchel Houellebecq, Ursula K. Leguin, Agota Kristof y Aleksievich antes de que terminara con su obra publicada y traducida. Es una manera como otra cualquiera de leer. Permite que la obra de un autor dure más. Como un plato tan delicioso en el que disfrutas y administras cada cucharada para prolongar sus efectos. También permite que se disipe la influencia de un libro antes de volver al autor. Buscamos la sensación del primer libro, el novedoso, como los yonquis con cada chute trataban de rescatar la primera vez que la aguja penetró en el torrente sanguíneo. 

Dejaremos al margen Huida del corredor de la muerte por tratarse de un libro de relatos y además de carácter póstumo. Stark es Edward Búnker pero presenta un abismo de divergencias respecto a No hay bestia tan feroz.
Ambas transitan por el margen de la sociedad. Bunker se vale de su propia experiencia como delincuente para aportar sustancia y credibilidad a una historia que entronca con los cánones de la novela negra más negra.
No olvidemos que Edward Búnker acumuló a lo largo de su vida condenas por extorsión, tráfico de drogas y atraco a mano armada. Su rostro llegó a figurar entre los 10 más buscados por el FBI. El tipo sabía de qué hablar cuando se refería al mundo criminal. De aquel pozo a convertirse en escritor de prestigio, guionista cinematográfico, actor en Mr. Blue en Reservoir dogs y musa de Quentin Tarantino.
Stark es un delincuente del montón. Un estafador y un yonqui. Pero, sobre todo, es un ego adherido a una persona. En Los Angeles, como el escenario habitual de Búnker, tiene lugar una historia que entronca con los cánones de la novela negra. A saber: una chica tan bonita como peligrosa, un contexto sórdido de narcotráfico y adicciones, un policía que está dispuesto a jugar sucio, un primo, un boss, un tipo duro, un aspirante a progresar sin escrúpulos como Stark. Es todo eso, pero también es Búnker.
Stark es también una obra póstuma. Su escritura se produjo cuando el propio Búnker se encontraba entre rejas en la cárcel de San Quintín.
Respecto a No hay bestia tan feroz la principal diferencia es su carácter de entretenimiento. Stark es más amena. Su lectura puede llegar a ser tan adictiva como los estupefacientes que sus personajes consumen. En cambio, es menos personal. Y, sobre todo, carece de la pretensión filosófica y del pensamiento que inunda las páginas de ese monstruo que es No hay bestia tan feroz. Stark es una obra de consumo rápido. Que se disfruta —mucho—, pero no deja el terrible poso de reflexión que caracteriza a su obra más importante. Una obra más oscura pero que deleita de la misma manera que otra de las grandes de Sajalin, Cárter de Ted Lewis. Como decimos sus seguidores más acérrimos. No hay Sajalin malo. Larga vida a Sajalin.


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