San, El libro de los milagros, Manuel Astur

Hay libros que nos enamoran desde la primera página. Hay libros que nos enamoran aun antes, que su portada nos hace fantasear y su texto solo confirma nuestro idilio. Hay libros incluso (pienso ahora en Las tempestálidas) que nos enamoran desde sus citas. Y hay libros que, afectos de un amor lento, casi imperceptible, precisan que deshojemos una cantidad considerable de páginas de tequiero notequiero, pero que finalmente acaban por deslumbrarnos.

Es el caso de San, el libro de los milagros. Primera aproximación al universo narrativo de Manuel Astur, poeta, relatista y novelista.

Antes de alcanzar ese punto no puedo decir que no me gustara. Más bien, me sentía una partícula de polvo arrastrada por vientos cuyo origen y destino desconocía. La sensación de volar era agradable. Necesitaba algo más, sostenerme sobre algo firme. Las páginas no obstante fueron pasando y cada vez volar era una experiencia más extraordinaria, hasta olvidar que existía la firmeza de un suelo.

Existe en San, el libro de los milagros una línea argumental. Un encuentro cainista, solo que al revés. Un hermano que mata o cree matar a su semejante. Pero es lo de menos. Es la cuerda sobre la que las prendas tendidas toman vuelo para no despegar y marcharse. La verdadera esencia de la obra está en el contexto. Que sí, que Astur nos habla de diferentes manifestaciones de la violencia, que lo hace desde el folclore y la cultura asturiana, lo que, en cierto modo, me recuerda a Mosturito de Daniel Ruiz, por la violencia y la adhesión a una cultura local. Pero lo verdaderamente relevante es el ambiente, el pasado de los personajes, el cómo llegan hasta el momento presente, todo lo que rodea los hechos que tienen como excusa la novela.

En los últimos años podemos asistir a un movimiento de cierta descentralización narrativa. Las historias no tienen por qué suceder en las grandes urbes para ser consideradas relevantes y tenidas en cuenta. Los autores miran hacia su propio terruño. Dotan de la realidad de su lugar ampliando el espectro de palabras y términos. Este fenómeno es amplio y recorre los subgéneros. Pienso en Alexis Ravelo y su magnífico thriller Un tío con una bolsa en la cabeza. Pienso en Andrea Abreu y Panza de burro repleta de localismos de las islas. Pienso en Fernando Mansilla y el andalucismo de su inolvidable Canijo. Pienso en el cine y en obras como As bestas, que rompen con la línea oficial de cómo se debe hablar dentro de las películas.

La sensación desde fuera es presenciar un momento de orgullo, de arrebatar cierto complejo exógeno pero al mismo tiempo endógeno.

De regreso a la obra de Astur, me gustaría terminar con la indudable pretensión de regresar a ella. Lo mejor que se puede decir de un autor.

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