Hacía tiempo que no leía a Michel Houellebecq. Había sido de esos autores especiales como Eduardo Halfon, Emmanuel Carrere o Philip K. Dick de los que cada año volvía a citarme con ellos. Llegó Serotonina y el sortilegio se quebró. No está considerada una de sus peores obras. Para crítica y público forma parte del corpus de su legado literario como una obra más. Mi lectura, en cambio, fue decepcionante. Un autor cansado, incómodo y vago. Razón de más para postergar su siguiente lectura. En cierto modo, me he obligado. Como nos pasa antes de ver a los viejos amigos con los que hoy en día apenas guardamos puntos de conexión, pero que las convenciones sociales nos empujan a ver. Asistimos. Lo hacemos apretando los dientes, maldiciendo cada minuto que nos aproxima al momento. Y para nuestra sorpresa el resultado es inmejorable. Esos viejos amigos rescatan de un rincón de nosotros mismos nuestro yo más olvidado. Algo así ha significado Sumisión para mí.
La polémica rodea al libro. Houellebecq es un provocador nato y disfruta observando, poniendo el dedo, hablando sobre los tabúes sociales. Sumisión entronca con la vida de un profesor universitario. Un tipo desencantado de la vida, el amor y su profesión; un evidente alter ego del propio autor. El personaje no deja de ser un reflejo de la propia sociedad en que se incardina. Houellebecq juega a asomarse al abismo de la distopía con un presente inmediato. En las elecciones legislativas y de un modo hilado con cierta precisión, en lo que es una novela de eminente corte político, un partido islamista moderado se proclama vencedor, llevando al poder a su candidato.
El islamismo no deja de ser un tema tabú de nuestra sociedad. Para los lectores (o no lectores) de afinidad con los movimientos más ultranacionalistas, Sumisión se erige como un manifiesto aviso para navegantes. Pone énfasis en los problemas que, como el vuelo de unos buitres, nos acechan con la cada vez mayor presencia de musulmanes en nuestra sociedad. Para otro tipo de lectores (o no lectores) el mero hecho de aproximación a un tema espinoso como el que Sumisión aborda supone el ejercicio del maniqueo y tan manido comodín de la islamofobia.
Nada más lejos de la realidad, Houellebecq aborda una realidad a través de herramientas intelectuales como son la sociología y filosofía. Considerar que toda reflexión que conlleve un resultado no positivo es un odio irracional, supone un mayor desprestigio de quien realiza el juicio que de quien realiza la reflexión.
Sumisión no nos da a entender que un proceso de islamización de una potencia europea supone el mejor de nuestros futuros. Houellebecq sigue siendo un extraordinario sociólogo, con una visión única para destacar las pústulas de nuestra sociedad, pero en esta obra además, se aproxima a la filosofía y la historia de una manera brillante. Quien conoce su obra sabe que lo que a encontrar en sus textos no contiene arco iris ni unicornios, sino mierda y en grandes dosis. A pesar de ello, la crítica a todos los estamentos, la hace con un gusto exquisito. Houellebecq tiene para los partidos islamistas moderados, qué duda cabe, pero también para los católicos, para los socialdemocrátatas, los ateos, los nacionalistas y los ultranacionalistas. Houellebecq ataca con ferocidad, pero también con elegancia, al mundo universitario, a los políticos, al ateísmo, a los estudiantes, al europeísmo y todo el que se le ponga por delante. Considerar que Sumisión es una obra islamófoba o proislamista es realizar una lectura sesgada y parcial en función a nuestros propios intereses.
Sumisión entronca con la tradición literaria de obras políticas, un aspecto que demuestra la capacidad de su autor para moverse por diversos subgéneros literarios. Obras de esta misma consideración que deban ser mencionadas son muchas. Pienso en 1984 de George Orwell. Aun con un carácter distópico mucho más desarrollado, ambas propugnan un viaje hacia los temores sociales. La gran diferencia entre ambas afecta al punto de partida. Mientras que Houllebecq en Sumisión plantea la llegada legal de un partido islamista a la república francesa y sus medidas son moderadas, muchas de ellas adoptadas de forma natural por la propia sociedad, en 1984 el régimen autocrático (una revisión del estalinismo) está implantado de forma plena. Pienso En el señor de las moscas de William Golding. Pienso en Los desposeídos de Úrsula K. Le Guin.
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