Cartas desde el manicomio, Dario Dzamonja
de por sí es rico.
Uno de los últimos autores europeos en incorporarse a la nómina de Sajalin es Dario Dzamonja. Autor de origen bosnio. En los años 80 Sarajevo era una ciudad de provincias con un carácter eminentemente orientalista. Dzamonja escribe sobre ella. Sobre sus efectos en sí mismo y en otros conciudadanos. Toma como referencia la literatura de los grandes relatistas de mitad de siglo XX en EE.UU. Dzamonja tiene influencias de John Fante, de Raymond Carver y de Charles Bukowski. Las tiene en su narrativa, pero también en los tumbos vitales. A la edad de 30 años ya había sido ingresado por cirrosis. Comparte por lo tanto Dzamonja el carácter de malditísimo que persigue a los gigantes norteamericanos.
La vida de Dzamonja no fue fácil. Su madre lo abandonó para marcharse a Holanda. Su padre y su tío se suicidaron. Hay en sus relatos una innegable vía de escape de su vida a pesar de que recurre a ella de forma constante. La posibilidad de acabar con su vida, el abismo del alcohol son los lugares comunes a los que recurre de Dzamonja.
Durante los años 80 Dzamonja adquiere la vitola de escritor de culto. Sin embargo, la llegada de la década de los 90 supuso la ruptura del sueño, la caída del castillo de naipes. El estallido de la guerra de los Balcanes trunca demasiados sueños, aspiraciones y vidas. La de Dzamonja ya era difícil. Es herido y exiliado en EE.UU. Su llegada a Norteamérica guarda profundas similitudes con la autora croata Dubravka Ugresic. Solo que, a diferencia de ella, la amargura no hace más que conquistar su cuerpo y su visión. Los relatos que se encuentran en Cartas desde el manicomio dan cuenta de ello. Dzamonja rehace su vida en suelo americano, aunque esto es solo una forma de hablar. Nunca superará la distancia con su hija y su ciudad. Malvivirá en base a empleos precarios que bajarán por su gaznate en base a cantidades ingentes de alcohol. En 1998 no puede resistir el exilio. Regresa a su ciudad natal proclamando la siguiente sentencia. “Prefiero morir como escritor en Sarajevo que como cocinero en América”. Y bien que se cumplió su deseo. Incapaz de soportar la distancia con sus hijas, la misma ciudad que amaba había mutado profundamente durante su ausencia. La Sarajevo de 1998 no era la anterior a la guerra. Los perros habían cambiado de collar. El mismo poder que ahora se había hecho con la ciudad había tomado su casa. Dzamonja ha de vivir de prestado. En casa de amigos, en la nada. A pesar de recuperar su casa, gracias a la intervención de algunos amigos con influencias, fallece a la edad de 46 años, dejando tras de sí una profunda tristeza y amargura y un buen puñado de grandes relatos. Los relatos de Dzamonja, como los de sus autores de referencia, son bruscos, breves, directos y a simple vista no parecen ni siquiera relatos, debido probablemente a la proximidad de su figura. Ahora bien, contienen una visión del mundo, una amargura existencial y una inteligencia que no tardan en atrapar al lector. Avisados estáis.
Comentarios
Publicar un comentario