Kilómetro 101, Maxim Osipov

Medicina y literatura son viejos compañeros de viaje. Explicar el mundo a través de la visión que la literatura permite a quien conoce los funcionamientos orgánicos del ser humano es quizá tan común como el propio ejercicio de la medicina.

No son pocos los profesionales y estudiosos de la medicina que la literatura ha ganado a sus huestes. Quizá uno de los más conocidos resulte Arthur Conan Doyle. El creador del probablemente detective más conocido de la historia de la literatura y tal vez de la ficción tuvo a su alcance, por su conocimiento en medicina, dotar de éstos a la labor de investigación y configurar a su notorio ayudante, el doctor John H. Watson.

También cuentan con estudios en medicina William Somerset Maugham, el autor de la novela de carga existencialista que es El filo de la navaja, Anton Chejov, el gran maestro del relato o Mijail Bulgakov, quien reflejara su experiencia con el regimen opresor socialista en El maestro y Margarita. Una obra que llegó a influir en los Rolling Stones para componer su gran hit Sympathy for the devil.

En un ámbito de mayor calado mainstream se encuentra Michael Crichton. El resucitador de dinosaurios a través de Parque jurásico también ha ejercido la medicina.

En España también se cuenta con autores literarios que proceden de la medicina. Además de Pio Baroja, cabe mencionar la figura de Luis Martín Santos, quien ejerciera de psiquiatra. En su celebérrima y única obra conclusa, Tiempo de silencio, el protagonista es un médico que al realizar un aborto de forma clandestina, siendo un delito penal, es perseguido tras fallecer la embarazada. Este hecho es el punto de partida que le permite a Martín Santos elaborar un boceto de la miserable sociedad española de mediados de siglo XX.

A veces es la medicina la que entra en la literatura a través de escritores que la toman como un bastión sin contar con conocimentos teóricos. Quizá el caso más paradigmático sea el extraordinario Frankestein de Mary Shelley. Un científico trata de revivir a un ser compuesto de retazos de muertos, resultando un clásico del terror, sin olvidar su importantísima carga filosófica.

Otros ejemplos serían La peste de Albert Camus, en la que la plaga se convierte en la excusa narrativa, del mismo modo que fue la tuberculosis para Thomas Mann en Der Zauberberg. No me gustaría pasar sin hacer mención a una obra de la siempre denostada narrativa histórica. El médico de Noah Gordon, que resulta un entretenido y etnocéntrico homenaje a la medicina en la Edad Media.

En la Unión Soviética, los derechos de quienes habían cumplido condena por delitos políticos estaban seriamente restringidos: entre otras cosas, se les prohibía vivir a menos de 101 kilómetros de las grandes ciudades. 

Kilómetro 101 se muestra como un honroso heredero de esta literatura de imposible distinción con la medicina. Osipov también es médico. Ha ejercido la medicina de familia en la actual Rusia. De su experiencia trata de explicar a través de una serie de relatos la configuración de la Rusia actual. En ella se destaca el poder que ejercen el dinero y el alcohol. El extremo individualismo de los individuos en un territorio en el que hace pocas décadas regía un sistema comunista, que aun se sigue venerando.  

 


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