Ficcionario americano, Dubravka Ugresic
Antes de producirse el descubrimiento es necesaria la existencia de un viaje. En Dune, la extraordinaria novela de Frank Herbert que desemboca en la saga homónima, la llegada de la familia Atreides al exótico y desconocido planeta Arrakis, supondrá el hecho decisivo para el enfrentamiento de Paul Atreides con la civilización Fremen. De una manera coral, el proceso se repite en El Señor de los Anillos de J.R.R. Tolkien. Tiene lugar el viaje. Un grupo de hobbits debe abandonar el espacio de seguridad que representa La Comarca. Cada personaje por su cuenta: Frodo Bolson, Sam Sagaz, Merry y Pippin descubren el universo que se expande en La Tierra Media más allá de su lugar de vida: magos, humanos, orcos, ents o trolls y un sinfín de peligros y aventuras.
El viaje ha de contener estos elementos o no será.
Quizá el paralelismo más rotundo de Ficcionario americano de Dubravka Ugresic, con los rincones de la ciencia ficción, se produzca con la extraordinaria obra de Ursula K. Le Guin, Los Desposeídos. El lector descubre un nuevo mundo a través de la mirada de Shevek, un científico originario de Anarres, planeta en el que rige un sistema anarquista, y su viaje y enfrentamiento a Urras, planeta en el que se ha establecido un orden político liberal.
Los ojos con los que Ugresic contempla los Estados Unidos, concretamente la Nueva York de los años 90, no difieren en exceso de los del personaje de Le Guin. El shock, la ruptura de lo considerado hasta el momento como normal, la extrema soledad de Shevek en la ficción literaria es gemelar a la de la autora que escapa del conflicto bélico que se desembocó en los 90 en Yugoslavia, propiciando la generación de Bosnia-Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Serbia.
A diferencia de lo que tiene lugar de forma habitual en la ciencia ficción, el regreso de Dubravka Ugresic a su lugar de origen no llega a producirse. La guerra estalla en Yugoslavia, desembocando en la creación de otros países de los que la autora ya no formará parte.
Este proceso de adaptación de los ojos de Ugresic de un mundo socialista del que escapa, a la Norteamérica que la acoge, produce una serie de importantes reflexiones, de pasajes bañados con una luz única. Baste mencionar el canto que, al más puro estilo Pablo Neruda con las patatas fritas, Ugresic transmite las sensaciones que se apoderan de ella ante el Doughnut, el Muffin o el Bagel. Su visita al museo de la Coca-Cola. O su compromiso fiel a la escritura por encima de cualquier derivación política.
A pesar de su manifiesta sencillez, Ficcionario americano puede convertirse en un libro incómodo de leer. La escritura de Ugresic carece de pasión, de amor; ni por el lugar de acogida, ni por el de destino. Se produce una excesiva distancia entre la autora y el objeto de su escritura.
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