El hombre Duplicado, Jose Saramago

Es Jose Saramago uno de los autores más queridos y apreciados. Yo también he formado parte de sus huestes. A finales del siglo XX, cuando le fue concedido el premio Nobel de literatura, su obra inundaba las librerías, las bibliotecas e incluso los quioscos de prensa. Era preceptivo leer y amar a Jose Saramago. En aquel entonces no disfruté demasiado de Todos los nombres o La Caverna. Mi criterio respecto al autor cambió de forma radical con Ensayo sobre la ceguera. Hace más de 20 años de aquella lectura. Aun la recuerdo como un planteamiento social y filosófico contundente y cimentado en una obra que no renunciaba a la diversión, a la generación de interés y adicción en el lector. Yo también fui de los que habría prendido fuego a la versión cinematográfica, Blindness. Firmada por Fernando Meirelles, director de Ciudad de dios y El Jardinero fiel esperábamos algo más que una cinta de seudozombis antes de que estas historias se pusieran de moda.

20 años después de ese amor por Saramago he vuelto a su obra. El hombre duplicado me ha resultado una historia con una serie de pasajes muy potentes, sobre todo en lo que se refiere a planteamiento inicial y su conclusión. Entre ambos momentos, y que me perdonen todos los saramaguers, El hombre duplicado me ha resultado una suerte de cereal de paquete y caja con colores y un animal humanizado como enganche, un producto multiprocesado, un cereal inflado con una cantidad considerable de azúcar refinada.

Los conflictos morales y, sobre todo, de índole identitarios, que suponen la existencia de un gemelo idéntico que se pasea por la misma ciudad que el personaje principal, quedan en demasiadas ocasiones en un segundo plano a causa de las constantes intromisiones en una historia engordada a base de pienso narrativo.

Más allá de la sobrenarración, acerca de una historia que en 150 páginas habría quedado en un estado de muy buen ver, mi problema en este reencuentro con el autor tiene relación con la (para mí) insoportable presencia del narrador omnisciente, que es Jose Saramago. No se trataba de un narrador omnisciente al uso. Su propia personalidad se colaba, empañaba la historia. No supone solo la ruptura de la cuarta pared, recurso habitual en el cómic. Pienso por ejemplo en las historias de Deadpool. También, el cine ha hecho uso de este recurso, aunque quizá de una manera más sutil. Pienso en la escena del guiño de ojo en Funny games de Haneke.

No, la intromisión del narrador en la narración de El hombre duplicado es mucho más grave, más profundo, con mucho más peso. Supone que la acción narrativa se congele, que la voz del narrador desplace y se superponga sobre la narración. Y lo siento mucho, pero ha sido tan reiterado que me ha generado un importante conflicto con el libro.

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