
Dice
Kiko Amat, en ese odioso revestimiento de los libros que es la faja
promocional, que Canijo es la mejor obra nacional sobre el submundo
yonqui, que de ser de un autor norteamericano tendría película, serie
de TV y cómic. Pocas veces ese fastidioso recubrimiento podría estar más
acertado. Pero añadiría más. Canijo es la obra paradójica que demuestra
la decadencia de un sistema. Sin entrar en valoraciones subjetivas,
pues se trata de una obra que refleja una realidad social cruda y que
por tanto puede que no sea del gusto de todo lector, Canijo es por
muchos motivos, que vamos a desgranar a lo largo de este texto, una obra
con calidad literaria para que la crítica encumbrara por
encima de otros libros mediocres, carentes de riesgo, cómodos a la
dictadura impuesta de lo políticamente correcto que copan las listas de libros que tenemos que leer. Lamentablemente, los
lectores sabemos de qué va esto. Lejos del amparo del paraguas de las
grandes editoriales, los medios y la crítica guardan silencio, un
silencio culpable. Solo los lectores, como a veces sucede, podemos
revertir esta situación.
Canijo
fue publicado en 2013 por El Rancho editorial. Alcanzó el
reconocimiento de obra underground. En 2019 Fernando Mansilla, su autor
fallece. En 2020 la editorial Barrett vuelve a publicarla.
Canijo
profundiza en la historia de la introducción de la heroína en un barrio
decadente de Sevilla en el inicio de los años 80, hasta alcanzar su
máxima decadencia con los sinsabores del día a día de los yonquis para
obtener un chute, con la sombra de la pandemia del SIDA rondando sus
cabezas. La historia mil veces contadas, más veces aún sufridas.
De
ser así, ¿qué hace que Canijo destaque sobre otras obras de una
temática similar? Aviso que vienen curvas. Canijo es redonda. Abandona
cualquier pretensión moralista o panfletaria. No hay más dolor en las
sobredosis, en los atracos o los cuerpos que el SIDA devora, que en el
que sufren los propios personajes. No existe ningún ánimo de compartir
su tragedia con el lector. No hay superioridad moral ni aprendizaje colectivo como caracteriza a la literatura rusa. No se encuentra en sus páginas afán alguno de
encontrar las causas sociales o estructurales que dieron a la expansión
del caballo. Sus consumidores son adultos, como los lectores de la
obra. Toman decisiones o le vienen impuestas, pero no hay exculpación
posible. Es por lo tanto, Canijo, una obra de un perfil muy maduro,
necesario, quizá producto de que su escritura se produce años después de
los hechos que narra.

Quizá
éste sea el gran baluarte de Canijo. Pero sin sus apoyos formales,
posiblemente no se hubiese convertido en una obra tan rotunda. Canijo
está construido dulcemente mediante frases cortas. Un recurso formal
que, unido a su temática cruda, conlleva que autores como Carver o Pedro
Juan Gutiérrez se nos venga inevitablemente a la cabeza. Realismo sucio
a la andaluza. Canijo está repleta de poesía. En un submundo de
sufrimiento, de tropelías y de desesperación, Mansilla insufla de su
poesía suave sus páginas. De la misma manera, que emplea un lenguaje
coloquial realista. Los yonquis de Canijo hablan, insultan y piensan del
modo en que lo harían los yonquis de esa zona de Sevilla. ¿Es en ese
caso una obra localista? No lo considero ni mucho menos así.
Habitualmente vemos series de TV o películas donde los personajes hablan
y viven en un idioma que nos hacen pasar por neutro, pero que tiene
aproximaciones al lugar de producción. Debemos quitarnos complejos. Que
los hechos no tengan lugar en Madrid no afecta a su generalidad. La
decadencia del barrio de La Macarena en Sevilla en los años 80
lamentablemente debe tener su reflejo en barrios de Valencia, Cádiz o
Lugo.
Aun a riesgo de alargar demasiado el texto, no puedo dejar de
mencionar la verosimilitud de sus personajes. Queda manifiesto que los
hechos que Mansilla trata en Canijo tienen mucho de autobiográfico.
Quizá sea éste un factor influyente, pero sería injusto pasar por alto su su
maestría a la hora de construir los personajes. Sus personajes secundarios cuentan con tanta fuerza que podrían haber dado para diversos spin-off.
Y por último, la nota política: Canijo
es un libro que debería de leerse de forma obligatoria en los
institutos de Andalucía. En sus páginas hay un trato digno al andalucismo, al gitanismo y a los marginados sociales como poca veces se ha visto en los medios. Se aleja de estereotipos, construidos para contentar para mostrar toda la dureza de una realidad. Canjio es un canto oscuro al habla de las calles de
Andalucía, el horror de una crisis social que afectó a la juventud de
inicio de los 80, uno de los mejores libros que he leído a lo largo de este
año.
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