La
ucronía consiste en una narración de ficción sustentada en hechos históricos que
nunca han tenido lugar. Es lo que Marvel viene haciendo desde antaño
con sus What if: qué hubiese pasado si… En el caso de El hombre en el
castillo, la ficción teje una década de los años 60 en la que la Segunda
Guerra Mundial no tuvo como vencedor al bando aliado, sino a los del
Eje: Alemania y Japón.
Por
lo tanto, en la novela convergen dos narraciones: por un lado, la
habitual historia de los personajes de una novela coral: un espía, un
judío que vive de incógnito, un vendedor de antigüedades nativas
americanas anteriores a la 2GM, uno de los dirigentes de la potencia
vencedora, la mujer de un veterano que quedó más allá del checkpoint…
Como sucede cuando se dan estas circunstancias, las historias que a
priori se presentan independientes van cruzándose. Con estos elementos
se trataría de una novela interesante, pero poco más.

El
gran logro de Philip K. Dick es la suprahistoria, el orden mundial tras
la derrota del ejército aliado: la organización en Europa, la evolución
en el seno del partido nazi y sus lucha intestinas, las disputas
políticas entre los vencedores, la división del territorio
norteamericano entre las potencias vencedoras. Elementos de los que el
lector solo recibe pinceladas y que deja una sensación de querer más. Un
ejercicio brillante de ucronía, respaldada por una inteligencia
abrumadora.
Pero
por si esto fuese poco, existe un libro dentro de la obra, La langosta
se ha posado, una narración metanarrativa por la que se ha narrado qué
hubiese sucedido si en lugar de vencer las potencias del Eje, lo
hubiesen hecho los aliados.
Brillante.
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