Una novelita lumpen, Roberto Bolaño

A estas alturas tengo la firme convicción de que existen dos Roberto Bolaño. El que deslumbró con Los detectives salvajes y se confirmó con 2666, pese a que es una obra incompleta y, para más inri, ya estaba muerto. Es el Bolaño torpe de El tercer Reich, la promesa de Estrella distante, el autor inteligente de Putas asesinas y el poeta incomprendido de algunos versos de La universidad desconocida y las reflexiones publicadas bajo el título de Entre paréntesis.

Luego hay otro Roberto Bolaño. Un tipo que escribía como el que se pega en un gimnasio a escondidas. Un escritor con frases, momentos y estelas brillantes, pero acaso un escritor que justifica la publicación de sus obras (digámoslo claro) menores. 
 
No necesito saber la respuesta del comodín del público. Las ventas llaman a las ventas. Y cada cierto tiempo una nueva obra, aunque sea embrionaria, aunque el primer Bolaño tratara de asfixiar, espartano él, en el interior de un cajón, aparece en las novedades literarias y de cabeza a los primeros puestos en las ventas, mucho delante de las obras que el primer Bolaño consiguió la mayorías de las veces en vida.

Una novelita lumpen es una obrita simpática, graciosa. Es un como un gato de los que aparecen en cuanto abres Instagram. Quizá el ánimo de Bolaño al escribirla fuese desarrollar una novela negra, o al menos, una novela con algo de sordidez. Pese a ello, como si fuese una película B (sin punto) de terror, la reacción es contraria a la pretendida. La novelita tiene una trama plana, evidente; a la que solo salvan un puñado de momentos propios de Bolaño que el lector acoge con el énfasis de quien ha soportado un espectáculo completo para ser testigo de una frase.  

Lo que me pregunto es qué pensaría el primer Bolaño respecto al impacto editorial  del segundo.

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